Bullying (Acoso Escolar)

El abuso de poder en el desarrollo

El Bullying comparte la mecánica estructural del abuso de poder y la violencia psicológica, pero ocurre en un momento crítico: durante la formación de la personalidad en la infancia y adolescencia.

Consiste en la exposición prolongada a insultos, rechazo social, agresiones físicas o ciberacoso (cyberbullying) perpetrado por pares.

El daño psicológico en estas etapas tempranas tiene el potencial de reconfigurar la arquitectura cerebral.

Los niños y adolescentes acosados presentan un riesgo significativamente mayor de desarrollar ansiedad social crónica, depresión, conductas de autolesión e ideación suicida, marcando su autoconcepto de por vida.

El Triángulo del Bullying y los espectadores

Un error común es analizar el acoso escolar solo como un problema entre agresor y víctima.

El elemento clave que sostiene la violencia es el grupo de "espectadores" o testigos.

El acoso persiste gracias al silencio de quienes observan, quienes a menudo callan por miedo a convertirse en las próximas víctimas o por un proceso de desensibilización progresiva ante la violencia.

Este silencio otorga impunidad al agresor y valida su conducta ante la comunidad escolar.

Por ello, es vital enseñar a los niños que la neutralidad ante la injusticia es una forma de complicidad, y que su intervención o denuncia es fundamental para romper el ciclo.

La escuela de la violencia futura

El impacto del Bullying trasciende la etapa escolar y tiene implicaciones directas en la vida adulta.

Un niño que interioriza la indefensión aprendida —la creencia de que "ser agredido es normal" y "nadie me defenderá"— tiene una alta probabilidad de sufrir revictimización en el futuro, convirtiéndose en víctima de violencia de pareja en la adultez.

Alternativamente, puede adoptar mecanismos defensivos y convertirse en agresor. Por tanto, el abordaje de la violencia escolar no es solo una cuestión educativa, sino de salud pública y prevención de la violencia de género futura.

La intervención debe ser sistémica, involucrando a las familias y al colegio para erradicar la normalización del abuso desde la raíz.