Epidemiología de la Depresión en Adultos Mayores

La depresión en adultos mayores es una de las condiciones de salud mental más comunes, aunque con frecuencia subestimada.

A nivel global, se estima que entre el 4% y el 35% de las personas mayores de 60 años presentan síntomas depresivos, dependiendo del contexto socioeconómico y del método diagnóstico utilizado. En América Latina, los estudios reflejan una prevalencia significativa.

Este panorama es preocupante, pues muchos adultos mayores conviven con síntomas depresivos que no siempre reciben atención adecuada, aumentando el riesgo de deterioro funcional, mayor uso de servicios médicos, y, en los casos más graves, suicidio. Hasta el 15% de los adultos mayores en hogares geriátricos presentan síntomas depresivos clínicamente significativos, aunque muchos no tienen un diagnóstico formal.

Grupos de riesgo y factores epidemiológicos clave

La aparición de depresión en esta población está influenciada por múltiples factores. Los principales grupos de riesgo incluyen mujeres, personas no pensionadas, individuos con bajo nivel educativo, personas con enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes o enfermedades cardiovasculares, y aquellos que viven solos o con una red de apoyo limitada.

Otros factores clave son el aislamiento social, la pérdida de roles sociales (como la jubilación), el duelo por seres queridos, y la percepción negativa sobre la propia salud. También se ha identificado que la inactividad física y la falta de actividades recreativas o significativas elevan considerablemente el riesgo de desarrollar depresión.

Adicionalmente, factores biológicos como cambios neuroquímicos asociados al envejecimiento y enfermedades cerebrales como los infartos lacunares pueden contribuir al inicio o agravamiento de los síntomas depresivos.

Infradiagnóstico y sus implicaciones clínicas y sociales

Uno de los desafíos más importantes en el abordaje de la depresión en adultos mayores es el alto grado de infradiagnóstico. Se estima que entre el 50% y el 67% de los casos no son identificados ni tratados adecuadamente.

Este fenómeno se debe a diversos factores: la normalización social del sufrimiento emocional en la vejez, la tendencia del adulto mayor a expresar el malestar mediante síntomas somáticos (como dolores corporales o fatiga), y el temor al estigma asociado a los trastornos mentales. El infradiagnóstico tiene serias implicaciones. En lo clínico, retrasa el inicio de tratamientos eficaces, lo que contribuye al deterioro funcional y cognitivo.

En lo social, perpetúa la marginación del adulto mayor y aumenta la carga sobre los sistemas de salud y los cuidadores. Además, se asocia con una mayor tasa de suicidio, siendo los adultos mayores una de las poblaciones con mayor letalidad en los intentos suicidas.

Por todo lo anterior, es fundamental promover el reconocimiento temprano de los síntomas, capacitar al personal de salud en el abordaje del adulto mayor con sintomatología afectiva y fomentar una cultura de respeto y cuidado hacia esta población vulnerable.