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Activación conductual: romper el círculo de la inactividad

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Activación conductual: romper el círculo de la inactividad


La activación conductual es una de las herramientas más eficaces para tratar la depresión.

A través de acciones concretas, busca contrarrestar el círculo vicioso de pasividad, pensamientos negativos y emociones dolorosas. En un estado depresivo, la persona suele dejar de hacer actividades placenteras, lo cual refuerza la sensación de vacío, inutilidad y falta de sentido.

Así, la activación conductual no exige sentirse bien para actuar, sino que propone actuar a pesar de cómo uno se siente, confiando en que el movimiento puede transformar el estado de ánimo.

Recuperar actividades placenteras y con sentido

Una de las primeras metas es volver a conectar con lo que antes producía placer o brindaba propósito.

La depresión se caracteriza por la anhedonia, esa incapacidad de disfrutar lo que solía gustarnos. Sin embargo, esto no implica que esas actividades hayan perdido su valor, sino que la percepción emocional está alterada.

Por eso, conviene hacer una lista de actividades que alguna vez resultaron satisfactorias —aunque hoy no lo parezcan— y comenzar a reintroducirlas, poco a poco. Puede tratarse de tareas tan simples como regar plantas, escuchar música alegre, cocinar una receta, pintar, caminar por el barrio o leer.

Lo importante es entender que al principio no surgirán ganas espontáneamente; será necesario un pequeño acto de voluntad. Como señalan varios autores, la acción precede a la emoción: al actuar primero, el estado emocional empieza a cambiar después.

Cómo establecer metas pequeñas y realistas

Una estrategia central es dividir las metas grandes en pasos manejables. Durante un episodio depresivo, incluso levantarse de la cama o ducharse puede parecer inalcanzable.

Por eso, la clave está en proponerse objetivos sencillos y específicos: «voy a tender la cama», «caminaré cinco minutos», «enviaré un mensaje a una amiga». Cada micrologro produce una pequeña dosis de autoestima y motivación.

Estos pasos no deben depender de sentir ganas, sino de un compromiso con uno mismo. «No lo hagas por motivación, hazlo por disciplina». De esta forma, se empieza a crear una inercia positiva. El cuerpo se activa, la mente se ordena y el ánimo empieza a moverse lentamente hacia un estado más funcional.

Ejercicio físico como antidepresivo natural

Diversos estudios han demostrado que la actividad física regular mejora el estado de ánimo, incrementa la energía y reduce los síntomas depresivos. El ejercicio favorece la liberación de endorfinas, dopamina y serotonina, neurotransmisores relacionados con el bienestar emocional.

En ese sentido, se le considera un antidepresivo natural y accesible. No es necesario comenzar con rutinas intensas. Basta con una caminata diaria de 15 a 30 minutos, practicar yoga suave, bailar o hacer estiramientos en casa. Lo más importante es la constancia, no la intensidad.

Como se señala en varios testimonios, al principio no habrá motivación ni ganas, pero el simple hecho de moverse ya produce un cambio químico en el organismo. Lo ideal es integrarlo en una rutina básica que se cumpla, incluso en los días más bajos.

Diseño de rutinas diarias: estructura, constancia y propósito

Uno de los efectos más desorganizadores de la depresión es la pérdida de estructura diaria. La persona tiende a dormir en exceso o a desvelarse, a comer sin horarios o saltarse comidas, y a pasar horas en actividades pasivas que refuerzan el malestar (como el aislamiento, las pantallas o el encierro).

Por ello, diseñar una rutina diaria simple, pero constante, puede ser profundamente terapéutico. Una rutina efectiva debe incluir: una hora de despertarse, higiene básica, al menos una actividad productiva, una actividad placentera, ejercicio físico moderado, una comida saludable y una hora para dormir.

No hace falta que sea una jornada rígida, sino un andamiaje que brinde sentido, orden y previsibilidad. Establecer hábitos, como hacer la cama al levantarse, escribir un diario, salir a caminar por la mañana o prepararse un desayuno nutritivo, puede actuar como anclaje emocional.

La rutina no solo organiza el tiempo: también organiza la mente. A medida que se cumple día tras día, va consolidando una sensación de estabilidad interna y confianza en uno mismo. Así, la persona deja de ser víctima pasiva del sufrimiento y se convierte en agente activo de su proceso de recuperación.

En definitiva, la activación conductual no es solo una técnica: es un acto de rebeldía ante el estancamiento, una forma de demostrar que el cambio es posible desde lo más pequeño. Como dicen algunos terapeutas, «no esperes sentirte mejor para actuar: actúa para empezar a sentirte mejor».


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