Ética y Autocuidado del Interviniente
Prevención del Trauma Vicario y Desgaste por Empatía
El trabajo en primera línea con violencia doméstica —ya sea desde la abogacía, la psicología o el trabajo social— conlleva un riesgo ocupacional invisible pero devastador: el "Trauma Vicario" o desgaste por empatía.
Al escuchar diariamente relatos de crueldad sistemática, terror y sufrimiento humano, el profesional absorbe una carga emocional residual que, si no se procesa, altera su propia visión del mundo.
Los síntomas incluyen pesadillas, hipervigilancia, cinismo hacia el sistema o una sensación de desesperanza crónica.
Es fundamental distinguir esto del simple estrés laboral; el trauma vicario cambia la neurobiología del terapeuta.
La ética profesional exige un autocuidado riguroso, no como un acto de indulgencia, sino como una responsabilidad hacia el paciente.
Un profesional "quemado" (burnout) pierde la capacidad de conectar humanamente con el dolor ajeno, cayendo en la desensibilización o la frialdad burocrática.
Esto puede llevar a errores graves, como minimizar un riesgo letal por cansancio o tratar a la víctima como un número más, convirtiéndose inadvertidamente en parte del engranaje de revictimización institucional.
Cuidar al que cuida es esencial para mantener un sistema de protección eficiente, por lo que se recomienda supervisión clínica regular, límites claros entre vida personal y laboral, y periodos de desconexión obligatoria.
Límites Profesionales y la Trampa del Salvador
Un error común, especialmente en profesionales noveles o en redes de apoyo cercanas, es caer en el "Síndrome del Salvador": intentar rescatar a la víctima a toda costa, presionándola para que tome decisiones para las que no está lista.
Los expertos en intervención enfatizan que el objetivo no es rescatar a la fuerza, sino empoderar.
Presionar a una víctima para que denuncie o abandone el hogar antes de que tenga un plan de seguridad y la convicción interna necesaria puede ser contraproducente, haciendo que se cierre, oculte información o rompa el vínculo terapéutico por sentirse juzgada.
El acompañamiento ético implica respetar los tiempos de la víctima, validando su autonomía y capacidad de decisión, incluso si esas decisiones nos parecen erróneas o lentas desde fuera.
La estrategia correcta es la escucha activa sin juicio ("te creo, no es tu culpa") y la provisión de recursos, manteniéndose disponible como una red de seguridad firme para cuando ella decida dar el paso.
Asumir la responsabilidad de "salvarla" no solo infantiliza a la víctima, sino que carga al pro
etica y autocuidado del interviniente