La intención paradójica: luchar contra la emoción la intensifica
Cuando intentamos controlar o eliminar una emoción desagradable a la fuerza, a menudo conseguimos exactamente lo contrario: la emoción se intensifica.
Este fenómeno se conoce como la 'intención paradójica'. Es uno de los principios más importantes y a la vez más contraintuitivos de la regulación emocional.
Pensemos en la ansiedad
Cuanto más nos esforzamos por no estar ansiosos, más pensamos en la ansiedad, más atentos estamos a sus síntomas físicos, y, en consecuencia, más ansiosos nos ponemos.
Lo mismo ocurre con el miedo o con cualquier pensamiento que queramos evitar.
El famoso ejercicio de 'no pienses en un oso blanco' lo ilustra perfectamente: en el momento en que intentas no pensar en él, el oso blanco se convierte en el protagonista de tu mente.
La lucha contra la emoción la alimenta
Le damos energía, importancia y foco.
La convertimos en el centro de nuestra experiencia.
Es como intentar apagar un fuego echándole gasolina.
La intención es buena, pero el resultado es desastroso.
¿Cuál es el antídoto para esta paradoja? La aceptación
Como hemos visto en el punto anterior, aceptar una emoción no significa que nos guste o que queramos que se quede para siempre. Tampoco es resignación.
Aceptar significa dejar de luchar contra ella. Significa permitir que la emoción esté ahí, en nuestro cuerpo y en nuestra mente, sin resistirnos.
Cuando dejamos de pelear, la emoción pierde su poder
Al no encontrar resistencia, la energía de la emoción empieza a fluir y a disiparse de forma natural.
Como una ola que llega a la orilla, alcanza su punto máximo y luego se retira. La aceptación no es pasividad; es una estrategia activa y muy sabia.
Es entender que la mejor manera de ganar la batalla contra una emoción no es luchando, sino rindiéndose a ella de forma consciente.
Resumen
Intentar controlar o eliminar una emoción desagradable suele hacerla más intensa, un fenómeno conocido como intención paradójica. Cuanto más queremos evitar algo, más presente se vuelve.
La lucha contra la emoción la refuerza, ya que le damos más atención y energía. Esta resistencia es como echar gasolina al fuego: empeora el malestar en lugar de reducirlo.
El antídoto es la aceptación consciente. No se trata de resignarse, sino de permitir que la emoción fluya sin resistencia. Así, pierde fuerza y desaparece como una ola que vuelve al mar.
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