Tipos de depresión
Es el tipo más común de depresión. Se caracteriza por un estado de ánimo persistentemente bajo, anhedonia (pérdida de interés en actividades antes placenteras), fatiga, alteraciones en el apetito y el sueño, sentimientos de culpa o inutilidad, lentitud psicomotora e incluso ideación suicida.
Para su diagnóstico, estos síntomas deben durar al menos dos semanas y generar disfunción en áreas importantes de la vida como el trabajo, la escuela o las relaciones sociales.
Es multifactorial: influyen aspectos genéticos, ambientales, experiencias tempranas, rasgos de personalidad, y eventos vitales estresantes.
El tratamiento incluye psicoterapia, fármacos (como ISRS) y, en casos graves, hospitalización.
Depresión persistente
La depresión persistente, antes conocida como distimia, se caracteriza por un estado de ánimo crónicamente bajo que dura al menos dos años en adultos.
Los síntomas suelen ser menos intensos que en el trastorno depresivo mayor, pero su duración prolongada genera un impacto significativo en la vida diaria.
La persona puede experimentar baja autoestima, desesperanza, fatiga y dificultad para tomar decisiones.
El tratamiento combina psicoterapia de tipo cognitivo-conductual y, en muchos casos, el uso de antidepresivos a largo plazo.
Síndrome disfórico premenstrual
Este trastorno afecta a mujeres en la fase lútea del ciclo menstrual (la semana previa a la menstruación) y se distingue por síntomas emocionales y físicos severos. Incluye irritabilidad extrema, tristeza intensa, ansiedad, fatiga, sensibilidad mamaria, insomnio o aumento del apetito.
Su gravedad interfiere con las actividades cotidianas y las relaciones interpersonales. Para el diagnóstico se requiere el seguimiento de los síntomas durante al menos dos ciclos menstruales.
El tratamiento puede incluir cambios en el estilo de vida, psicoterapia y, en algunos casos, medicación.
Depresión tras el parto
La depresión posparto ocurre en las semanas o meses posteriores al nacimiento de un hijo, y afecta tanto a mujeres como a hombres, aunque es más frecuente en madres recientes.
Se manifiesta con tristeza persistente, llanto, ansiedad, irritabilidad, dificultades para vincularse con el bebé, alteraciones del sueño y sentimientos de culpa o inutilidad.
A diferencia del «baby blues», que es transitorio, la depresión posparto requiere intervención profesional.
Su tratamiento puede incluir psicoterapia, apoyo familiar y, si es necesario, fármacos compatibles con la lactancia.
Duelo complicado
El duelo complicado se produce cuando la tristeza por la pérdida de un ser querido no disminuye con el tiempo y se transforma en un sufrimiento persistente y debilitante.
A diferencia del duelo normal, este cuadro incluye pensamientos intrusivos sobre el fallecido, dificultad para aceptar la pérdida, aislamiento social, desesperanza y síntomas depresivos intensos que interfieren con la funcionalidad cotidiana.
Es más probable en personas con antecedentes de depresión o traumas previos. La intervención psicoterapéutica especializada es esencial para prevenir su cronificación.
Trastorno depresivo bipolar
En el trastorno bipolar, los episodios depresivos se alternan con fases de manía o hipomanía.
La persona puede comenzar con un cuadro depresivo aparentemente unipolar, pero años después presentar un episodio maníaco (euforia, verborrea, impulsividad, poco sueño).
Es más frecuente en personas jóvenes, y suele haber antecedentes familiares de bipolaridad, psicosis o suicidio.
Diagnosticarlo correctamente es vital: si se trata como depresión unipolar, puede empeorar.
El abordaje requiere estabilizadores del ánimo (como litio o anticonvulsivantes) y no solo antidepresivos.
Depresión inducida por sustancias
Algunas drogas psicoactivas, como el alcohol, cannabis, benzodiacepinas o la cocaína, pueden provocar síntomas depresivos.
Esto ocurre tanto durante el consumo como en la abstinencia. Los síntomas incluyen desgano, apatía, insomnio, irritabilidad o desesperanza.
En estos casos, tratar la depresión sin abordar el consumo es ineficaz. El tratamiento debe centrarse en la desintoxicación, el acompañamiento psicoterapéutico y eventualmente el uso de psicofármacos si los síntomas persisten tras la abstinencia.
Depresión secundaria a enfermedades orgánicas
Algunas enfermedades neurológicas o endocrinas pueden causar síntomas depresivos. Ejemplos incluyen el hipotiroidismo, deficiencia de vitamina B12, inicio de enfermedad de Alzheimer o Parkinson.
En personas mayores, los primeros síntomas de estas enfermedades pueden confundirse con un episodio depresivo.
Por eso, es fundamental realizar exámenes complementarios: perfil tiroideo, neuroimágenes, evaluación neurológica, etc.
Tratar la causa orgánica subyacente es esencial, y muchas veces con su corrección mejoran los síntomas depresivos.
Depresión psicótica o esquizoafectiva
En algunos pacientes, los síntomas depresivos se combinan con delirios o alucinaciones.
Este subtipo requiere un diagnóstico diferencial cuidadoso, ya que puede confundirse con los inicios de una esquizofrenia o un trastorno esquizoafectivo.
Aquí, la presencia de síntomas psicóticos junto con el estado de ánimo deprimido marca la diferencia.
El tratamiento debe incluir antipsicóticos junto con antidepresivos, y en muchos casos se requiere hospitalización.
Depresión en niños y adolescentes
En la infancia y adolescencia, la depresión no siempre se presenta con tristeza evidente.
Puede manifestarse como irritabilidad, bajo rendimiento escolar, cambios en el sueño, aislamiento, e incluso hiperactividad.
Estos síntomas pueden ser malinterpretados o normalizados, lo que retrasa el diagnóstico.
La intervención temprana, el acompañamiento familiar y la psicoterapia son clave. En casos graves, se evalúa el uso de medicamentos bajo estricta supervisión.
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