Reconstruir la identidad desde una mirada consciente
Uno de los pilares más profundos en cualquier proceso de cambio emocional es cuestionar la forma en que una persona se percibe a sí misma.
Con frecuencia, las experiencias difíciles y los estados emocionales prolongados —como el agotamiento, la tristeza o la angustia— terminan distorsionando la imagen personal.
Es entonces cuando se corre el riesgo de confundir cómo uno se siente con quién es en realidad.
Sin embargo, la identidad no es una etiqueta fija, sino una construcción moldeable que puede ser replanteada desde la conciencia.
Imaginar una versión interna a seguir
Un buen punto de partida para redefinir la identidad es pensar en las cualidades que uno desearía integrar en su vida.
Esto puede hacerse visualizando a una figura simbólica —no necesariamente real— que encarne esos atributos que se valoran profundamente.
Puede tratarse de una persona con templanza en tiempos difíciles, con capacidad de escucha, con perseverancia o con entusiasmo vital.
Lo importante no es admirar lo que hace, sino cómo es en su forma de estar en el mundo.
Al identificar esas cualidades deseadas, se hace visible una especie de brújula interior: una guía que permite orientar las decisiones y conductas hacia una dirección más coherente con los propios valores.
A menudo, este simple ejercicio revela que muchas de esas virtudes ya están presentes, aunque no hayan sido plenamente reconocidas.
Explorar el núcleo de lo que uno es
Otra práctica reveladora es detenerse a reflexionar sobre la verdadera esencia personal, más allá de las emociones pasajeras o los roles sociales.
La pregunta «¿quién soy en lo profundo?» puede abrir un espacio de autodescubrimiento.
Para facilitar la reflexión, se puede utilizar una estructura como «Soy una persona que…» y completarla con características que reflejen convicciones, actitudes o cualidades humanas valiosas.
Este ejercicio ayuda a distinguir entre los comportamientos aprendidos y los rasgos esenciales.
Sentirse abatido o desmotivado puede describir un estado, pero no define el carácter ni el potencial.
Las emociones cambian; lo que permanece es la capacidad de elegir en qué tipo de persona convertirse.
Separar los roles del verdadero yo
En muchos contextos culturales, la identidad suele vincularse a lo que se hace: una profesión, una función familiar, una actividad cotidiana.
Sin embargo, ser «estudiante», «padre» o «trabajador» son aspectos de la vida, no la totalidad del ser. Por eso, es útil distinguir entre lo que uno hace y lo que uno es.
Una práctica útil es escribir en paralelo dos listas: una con las tareas o roles actuales («Trabajo como...», «Me ocupo de...») y otra con afirmaciones personales del tipo «Soy alguien que...». Esta separación ayuda a recordar que el valor personal no depende únicamente del desempeño o del contexto, sino de una identidad que se puede construir y enriquecer día a día.
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