Indicadores emocionales expresados en el cuerpo
En la infancia y la adolescencia, el dolor emocional no siempre se expresa con palabras. Muchos niños y niñas no cuentan con las herramientas necesarias para verbalizar su tristeza, angustia o ansiedad.
En estos casos, el cuerpo se convierte en el principal canal de comunicación emocional. Comprender los síntomas físicos como expresiones del malestar psíquico es esencial para una detección oportuna.
Cuando el cuerpo «habla» por el niño
Un niño puede parecer funcional en su entorno, pero presentar insomnio persistente, dolores de cabeza frecuentes, falta de apetito, cansancio constante o una irritabilidad desproporcionada.
Estos síntomas, muchas veces confundidos con simple rebeldía o desinterés, son en realidad señales de alerta emocional. Lo que no se dice con palabras, se manifiesta a través del cuerpo. Es lo que se conoce como somatización emocional. El insomnio, por ejemplo, puede ser una consecuencia directa de preocupaciones internas o de vivir en un ambiente familiar tenso.
Las ganas de llorar sin motivo aparente, el aislamiento repentino o los constantes malestares estomacales también pueden indicar que el menor está atravesando una situación emocional compleja. A estos signos hay que prestarles atención, pues suelen ser los primeros indicios de un proceso depresivo en desarrollo.
La anhedonia: una pérdida que no siempre se nota
Un indicador particularmente relevante en la depresión infantil y adolescente es la anhedonia, que se refiere a la pérdida del interés o el placer en actividades que antes generaban entusiasmo.
Por ejemplo, un niño que antes disfrutaba cantar, bailar, jugar con sus amigos o participar activamente en clase, de pronto empieza a mostrarse apático, indiferente, sin energía ni deseo de involucrarse.
Este cambio, aunque sutil, debe encender las alarmas en padres, docentes y cuidadores. La anhedonia no es solo un «desgano pasajero»; es un síntoma clínico importante dentro de los criterios diagnósticos del trastorno depresivo. Cuando el menor ya no responde con alegría a estímulos previamente positivos, es probable que esté experimentando un malestar emocional más profundo. Reconocer este patrón puede hacer una gran diferencia en la detección temprana y la intervención adecuada.
El error de minimizar el dolor emocional del niño
Una de las actitudes más dañinas que los adultos pueden tener ante el sufrimiento infantil es la trivialización del dolor emocional.
Expresiones como «eso no es nada», «cuando seas grande sabrás lo que es sufrir» o «en mis tiempos no llorábamos por tonterías», deslegitiman la vivencia del menor y bloquean su necesidad de ser escuchado.
Es fundamental comprender que, para un niño, un conflicto con un amigo, la pérdida de una mascota o una mala nota puede tener una carga emocional tan intensa como la que un adulto siente ante un problema laboral o económico. La diferencia está en las herramientas con las que cuentan para enfrentarlo. Lo que para el adulto parece insignificante, para el menor puede representar una verdadera crisis vital.
Por ello, es necesario fomentar una actitud de empatía, validación emocional y escucha activa. Preguntar cómo se siente, darle espacio para expresarse sin juicios y mostrarle que su dolor importa, fortalece el vínculo emocional y crea una base segura desde donde el niño o adolescente puede comenzar a sanar.
Una invitación a mirar más allá de lo evidente
La invitación para familias y escuelas es clara: mirar con atención, interpretar con sensibilidad y actuar con compromiso. Los indicadores físicos, las emociones disfrazadas de molestias corporales o el simple «ya no me gusta lo que antes me encantaba», pueden ser gritos silenciosos que esperan ser escuchados.
Solo si dejamos de minimizar y comenzamos a acompañar, lograremos que el cuerpo deje de ser el único medio de expresión emocional y que los niños y adolescentes se sientan seguros para hablar desde el alma.
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