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Depresión en ancianos

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Depresión en ancianos


La etapa de la vejez puede estar marcada por grandes transformaciones, tanto a nivel físico como emocional.

Sin embargo, no debe asumirse que la tristeza o la falta de motivación forman parte natural de envejecer.

Cuando estas sensaciones se vuelven persistentes, pueden ser señal de un trastorno depresivo, conocido en este grupo como depresión en la tercera edad.

Cambios emocionales y señales de alerta

En las personas mayores, la depresión puede adoptar formas distintas a las que se observan en adultos jóvenes.

Más allá de una tristeza visible, puede manifestarse a través de cansancio continuo, desinterés por actividades que antes resultaban placenteras, alteraciones del sueño, falta de apetito, pensamientos pesimistas o una constante sensación de vacío.

También es común que aparezcan molestias físicas como dolores inespecíficos, que no mejoran con tratamientos convencionales.

La dificultad para detectar la depresión en este grupo radica en que estos síntomas pueden confundirse fácilmente con signos propios del envejecimiento o con enfermedades físicas.

Pero si estas señales persisten por más de dos semanas y afectan la rutina diaria, es importante considerar una evaluación profesional que permita descartar o confirmar un cuadro depresivo.

Causas frecuentes en la tercera edad

El deterioro físico o el diagnóstico de enfermedades crónicas suele ser uno de los principales detonantes del malestar emocional en adultos mayores.

Condiciones como el deterioro cognitivo, enfermedades cardíacas o metabólicas, así como los efectos secundarios de algunos tratamientos, pueden influir negativamente en el estado de ánimo.

Por otro lado, los cambios en la vida social también pesan.

La pérdida de personas cercanas, la disminución de la independencia, el retiro laboral o la reducción de espacios de interacción pueden derivar en sentimientos de aislamiento, falta de propósito o soledad profunda.

En términos psicológicos, esta etapa también se vincula con una revisión de la propia trayectoria vital.

Si esa evaluación se vive desde la satisfacción, puede generar serenidad; pero si predomina la sensación de fracaso o arrepentimiento, puede surgir una tristeza prolongada que se intensifica con el tiempo.

Factores que aumentan la vulnerabilidad

Algunos aspectos pueden predisponer aún más a la depresión en esta etapa. Entre ellos se encuentran el haber tenido episodios depresivos previos, el género (las mujeres suelen verse más afectadas), la falta de redes de apoyo, vivir en soledad, y el uso problemático de sustancias como el alcohol o medicamentos sin control médico.

Además, situaciones estresantes recientes, como mudanzas, ingresos a residencias o pérdidas significativas, también incrementan el riesgo.

Caminos hacia el bienestar

La depresión en la vejez no es irreversible. Un tratamiento que combine atención psicológica, medicación si es necesaria, y la promoción de vínculos afectivos puede marcar una diferencia notable.

El acompañamiento terapéutico ayuda no solo a reducir los síntomas, sino también a redescubrir proyectos de vida, generar nuevas rutinas y mantener una conexión activa con el entorno.

La tercera edad puede vivirse con plenitud si se abordan a tiempo los desafíos emocionales que puedan surgir.

Reconocer que la tristeza persistente no es inevitable es el primer paso para recuperar la vitalidad y el bienestar.


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