No automedicarse y buscar apoyo especializado
En el contexto actual de alta prevalencia de trastornos de ansiedad y depresión, uno de los errores más frecuentes y peligrosos es la automedicación.
Muchas personas, al experimentar síntomas como insomnio, fatiga, tristeza prolongada o ansiedad persistente, optan por consumir medicamentos sin prescripción médica, incluyendo antidepresivos, ansiolíticos o incluso vitaminas y suplementos.
Esta práctica no solo puede resultar ineficaz, sino que también conlleva riesgos significativos para la salud.
Riesgos de la automedicación
Uno de los principales peligros de automedicarse es encubrir los síntomas reales, lo que retrasa el diagnóstico adecuado y la intervención oportuna.
Es como tapar una gotera con cinta adhesiva: da la ilusión de solución, pero la filtración sigue creciendo hasta causar daños mayores.
Esto puede llevar a que el trastorno evolucione a etapas más graves o crónicas, donde los síntomas no solo interfieren con la funcionalidad, sino que incluso pueden desembocar en pensamientos suicidas.
Además, los efectos secundarios y las interacciones con otras sustancias son un riesgo real y frecuente.
Por ejemplo, el consumo de multivitamínicos sin conocer las verdaderas deficiencias puede provocar desequilibrios graves.
Hay personas que consumen suplementos o medicamentos recomendados por familiares, amigos o incluso por redes sociales, sin considerar que cada organismo es distinto y que el exceso o combinación de ciertas sustancias puede producir efectos adversos.
A esto se suma que algunos fármacos comunes alteran el estado de ánimo o interfieren con el sistema nervioso, como es el caso de tratamientos hormonales o para enfermedades crónicas.
Importancia del apoyo profesional
Frente a este panorama, la búsqueda de apoyo especializado se convierte en una medida fundamental. La atención profesional permite un abordaje integral, preciso y seguro del trastorno.
En primer lugar, los especialistas pueden identificar si el origen de los síntomas es biológico, psicológico o social, y en función de ello definir el mejor plan de tratamiento.
Como se explicó, la depresión y la ansiedad tienen una base neurobiológica clara, en la que están involucrados neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina, y donde el cortisol juega un papel clave.
Si el cuerpo ya está afectado, es probable que necesite una intervención farmacológica.
Pero no basta con los medicamentos. El tratamiento más efectivo es el combinado: psicoterapia más medicación, si así se requiere.
La terapia permite abordar las causas profundas del trastorno, modificar patrones de pensamiento negativos, mejorar habilidades de afrontamiento y fortalecer redes de apoyo.
La medicación, por otro lado, ayuda a estabilizar la química cerebral en momentos críticos, pero no resuelve por sí sola los conflictos emocionales ni los factores desencadenantes.
Es importante subrayar que el tratamiento debe ser ajustado según la evolución del paciente. Lo que hoy funciona, puede dejar de hacerlo más adelante, por lo que el acompañamiento profesional continuo es vital.
Hay quienes necesitan cambiar de dosis, de técnica terapéutica o incluso de enfoque terapéutico, pasando de cognitivo-conductual a psicoanalítico, por ejemplo.
Por todo ello, se insiste enfáticamente: no se automediquen. La salud mental merece el mismo cuidado que cualquier otra condición médica.
Si notamos que «algo no está funcionando bien», como con la analogía del carro, no basta con seguir conduciendo.
Hay que detenerse, evaluar y pedir ayuda a un profesional que sepa exactamente cómo reparar el sistema antes de que el daño sea mayor.
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