La negación y la racionalización
El escudo contra la angustia
Ante una realidad excesivamente dolorosa, la psique humana despliega mecanismos de defensa automáticos para protegerse del colapso emocional.
El más común en las etapas iniciales e intermedias del maltrato es la negación.
Aceptar que la persona amada es, en realidad, un verdugo que ejerce violencia sistemática supone una carga de angustia tan inmensa que la mente opta por rechazar esa información.
La víctima niega la evidencia de la agresión, minimiza los hechos o descarta pensamientos sobre la mala intención de su pareja porque la verdad le resulta insoportable.
Este rechazo a ver la realidad no es una falta de inteligencia, sino un "psicodinamismo" de supervivencia emocional que permite a la persona seguir funcionando en su día a día sin desmoronarse, aunque el precio sea vivir en una ficción peligrosa que incrementa su ansiedad a largo plazo.
La justificación de lo injustificable
Cuando la negación pura ya no es sostenible porque los hechos son evidentes, entra en juego la racionalización.
La víctima comienza a construir explicaciones lógicas y elaboradas para justificar la conducta del agresor.
Se convence a sí misma de que lo que ocurre es normal, que "todas las parejas discuten" o incluso que existen situaciones mucho peores que la suya, relativizando así su propio sufrimiento.
Busca causas externas para el maltrato: el estrés laboral de él, problemas económicos, una infancia difícil o el consumo de alcohol.
Al encontrar una "razón" que explique la violencia, la víctima siente una falsa sensación de control, creyendo que si se soluciona ese factor externo, el maltrato cesará.
Esta dinámica la lleva a perder la seguridad en su propio juicio y la vuelve irritable, ya que gasta una energía inmensa en mantener una mentira coherente.
La trampa de la compasión
El agresor, conocedor de esta tendencia, manipula la empatía de la víctima mostrándose débil, sensible o necesitado cuando le conviene (por ejemplo, después de un episodio violento o cuando siente que ella se aleja).
Ante esta muestra de vulnerabilidad, la víctima activa un sentimiento de protección casi maternal.
Considera que tiene la misión de ayudarle y que es la única capaz de comprender su dolor interior.
Esta compasión actúa como un pegamento potente: la víctima olvida el daño recibido y se vuelca en cuidar al agresor, justificando nuevamente su conducta agresiva como una manifestación de su sufrimiento interno.
Al hacerlo, se niega a sí misma la posibilidad de enfrentar la realidad objetiva de que está siendo destruid
la negacion y la racionalizacion