La indefensión aprendida

El Síndrome de la mujer maltratada

El maltrato continuado genera en la víctima un proceso patológico de adaptación conocido clínicamente como el "síndrome de la mujer maltratada", formulado por la psicóloga Lenore Walker y basado en la teoría de la indefensión aprendida de Martin Seligman.

Este estado psicológico se produce cuando una persona es sometida repetidamente a situaciones dolorosas o traumáticas de las que no puede escapar, o donde sus intentos de modificar el resultado son sistemáticamente infructuosos.

En el contexto de la pareja, la mujer aprende que la violencia es inevitable y que no depende de sus acciones.

Ya sea que se quede callada, que grite, que sea complaciente o que se rebele, el resultado final siempre es el abuso o el desprecio.

Esta falta de contingencia entre su conducta y las consecuencias la lleva a creer que no tiene control alguno sobre su vida.

La parálisis de la voluntad

La consecuencia directa de este aprendizaje es la pasividad total. La víctima desarrolla una convicción profunda de que no existe solución a sus problemas, lo que anula su capacidad de respuesta.

Incluso cuando se le presentan oportunidades reales para escapar o pedir ayuda, la indefensión aprendida le impide verlas o actuar sobre ellas.

Se queda inmóvil, esperando directrices de terceros que rara vez llegan, o simplemente aguardando el próximo golpe emocional con resignación.

Desde fuera, este comportamiento se malinterpreta a menudo como falta de interés en solucionar el problema ("si quisiera irse, se iría"), cuando en realidad es una incapacidad psicológica adquirida para iniciar cualquier acción de salvamento.

La respuesta conductual baja

Para sobrevivir en este entorno hostil, la víctima reduce al mínimo sus respuestas conductuales. Adopta una actitud de aparente indiferencia o sumisión automática.

La lógica subyacente es que, si se vuelve invisible o deja de luchar, quizás el castigo sea menor o duela menos.

Esta estrategia de "hacerse el muerto" emocionalmente tiene un doble filo: por un lado, reduce momentáneamente la fricción con el agresor, pero por otro, limita severamente su capacidad para oponerse a las agresiones, reforzando el ciclo de dominio.

Además, este estado suele ir acompañado de una identificación con el agresor, donde la víctima llega a creer que merece el trato que recibe, cerrando así el círculo de la desesperanza.

Resumen