El patriarcado y los roles de género
La raíz cultural de la violencia
Para comprender por qué una mujer puede tener dificultades para percibir que está siendo maltratada, es indispensable mirar más allá de la relación de pareja y analizar el "caldo de cultivo" social en el que hemos sido educados.
Las sociedades occidentales, a pesar de los avances legislativos, han cultivado históricamente la violencia a través de tradiciones, normas y costumbres que, de manera implícita o explícita, justifican conductas agresivas en la vida cotidiana y establecen al hombre como la fuente natural de autoridad.
La mayoría de las culturas mundiales siguen guiadas por estructuras patriarcales que subordinan a la mujer, considerándola en muchos aspectos inferior al varón e incluso tratándola como una propiedad del marido.
Estas tradiciones culturales inculcan el sometimiento femenino como una virtud, creando una base ideológica que normaliza el desequilibrio de poder en las relaciones íntimas.
La cosificación y la privación de subjetividad
Existe un paralelismo inquietante entre la actuación del agresor psicológico y el funcionamiento histórico del patriarcado.
En la violencia perversa, el maltratador trabaja para despojar a la mujer de su identidad y convertirla en un objeto útil para sus fines, privándola de su subjetividad.
Este proceso individual es un reflejo del proceso social macroscópico que el patriarcado ha ejercido durante siglos: convertir a la mujer en un "objeto de deseo" o de servicio para el hombre.
Por tanto, cuando un agresor deshumaniza a su pareja, no está actuando en un vacío, sino que está reproduciendo (de forma extrema y patológica) una huella cultural que legitima el uso de la mujer como medio y no como fin en sí misma.
La construcción de la identidad de género
El factor más determinante en la ceguera ante la violencia es el "rol de género". Este concepto se refiere al conjunto de normas y expectativas que la sociedad dicta sobre cómo debe comportarse una persona en función de su sexo biológico.
A través de la socialización de género, se prescribe lo que es "ser un hombre" (fuerte, dominante, racional) y "ser una mujer" (cuidadora, emocional, complaciente).
Al interiorizar estos modelos desde la infancia, se construye una identidad que tiende a perpetuar las diferencias y la desigualdad.
Si una mujer ha aprendido que su valor reside en la abnegación y la armonía familiar, le costará mucho más identificar el control de su pareja como violencia, ya que lo confund
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