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Síndrome de Estocolmo Doméstico

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Síndrome de Estocolmo Doméstico


Identificación Patológica con el Agresor

Originalmente observado en situaciones de secuestro, el Síndrome de Estocolmo tiene una adaptación directa y prevalente en la violencia intrafamiliar.

La víctima, sometida a un poder absoluto y bajo amenaza de daño, desarrolla un vínculo emocional paradójico con su captor.

Al percibir que su vida o bienestar dependen totalmente de quien la agrede, la víctima comienza a ver el mundo a través de los ojos del agresor para anticipar sus deseos y evitar el castigo.

Se produce una identificación defensiva: "si lo entiendo y lo complazco, no me hará daño".

En este estado, la víctima interpreta los pequeños gestos de "no agresión" (como que le permitan comer, dormir o no ser golpeada un día) no como derechos básicos, sino como actos de bondad suprema y generosidad por parte del abusador.

Esto explica conductas que desconciertan al entorno y a las autoridades, como víctimas que defienden a su pareja ante la policía, ocultan pruebas, retiran denuncias o visitan al agresor en la cárcel.

No es falta de dignidad; es una alteración cognitiva producto del trauma crónico donde el agresor es visto como la única fuente de seguridad en un mundo que perciben como hostil.

El Aislamiento como Catalizador Necesario

Para que el Síndrome de Estocolmo florezca, el aislamiento es un requisito indispensable y una estrategia deliberada del agresor.

Al cortar sistemáticamente los lazos con la familia, amigos y redes de apoyo, el agresor elimina los "espejos de realidad" externos que podrían contradecir su narrativa.

Sin nadie que le diga "esto no es normal", la víctima pierde su criterio moral y adopta el sistema de valores del abusador.

Si el agresor odia a la familia de la víctima o desconfía de la policía, la víctima termina adoptando esas mismas posturas por lealtad y supervivencia.

El aislamiento geográfico y emocional crea un microcosmos totalitario donde la palabra del agresor es la única ley.

Por ello, la intervención terapéutica no puede limitarse a atacar al agresor (lo que pondría a la víctima a la defensiva), sino que debe centrarse primero en romper el aislamiento, reintroduciendo perspectivas externas de forma suave para que la víctima pueda empezar a cuestionar la realidad distorsionada en la que vive.

Resumen

La víctima desarrolla una identificación patológica con su agresor como estrategia de supervivencia. Al depender totalmente de él, interpreta la ausencia de golpes o pequeños permisos no como derechos, sino como actos de bondad suprema.

El aislamiento es el catalizador necesario para este síndrome. Al eliminar los "espejos de realidad" externos, el agresor logra que la víctima pierda su criterio moral y adopte la visión del mundo y los enemigos de su captor.

La intervención no debe atacar frontalmente al agresor, pues la víctima lo defenderá. La prioridad terapéutica es romper el aislamiento suavemente para reintroducir perspectivas externas que permitan cuestionar la realidad distorsionada del hogar.


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