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El Gran Malentendido: Por Qué Creemos que Sabemos Comunicarnos

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El Gran Malentendido: Por Qué Creemos que Sabemos Comunicarnos


La falsa sensación de competencia: la comunicación como hábito vs. habilidad

Partimos de una creencia fundamentalmente errónea: que todos sabemos comunicarnos.

Esta idea surge porque la comunicación es un hábito que practicamos constantemente desde que nacemos.

Sin embargo, confundimos esta práctica diaria con una habilidad genuinamente desarrollada.

El hecho de que hablemos y escuchemos todos los días nos genera una falsa sensación de competencia, llevándonos a subestimar la verdadera naturaleza del proceso.

La realidad es que la comunicación efectiva es una disciplina compleja y llena de matices, lejos de ser una capacidad innata.

Asumir que somos expertos solo porque lo hacemos a menudo es el origen de innumerables fallos de entendimiento en nuestras interacciones personales y profesionales.

El origen de la confusión: nos enseñan a transmitir, no a conectar

Esta percepción equivocada no es enteramente nuestra culpa, sino el resultado directo de cómo se nos enseña a comunicar.

Desde la infancia, nuestra formación se centra casi exclusivamente en la mecánica de la transmisión: se nos instruye sobre cómo expresar lo que pensamos, sentimos y queremos.

Crecemos con la idea de que si logramos externalizar nuestros pensamientos de forma clara, hemos cumplido con nuestra parte del proceso comunicativo.

El problema es que este enfoque omite el componente más crucial de la comunicación: la conexión.

Se nos enseña a ser emisores eficientes, pero rara vez se nos instruye en el arte de construir un entendimiento mutuo, de verificar la recepción del mensaje o de crear un espacio común con nuestro interlocutor.

La complejidad oculta: más allá de simplemente "decir lo que piensas"

La creencia de que comunicar es solo "decir lo que piensas" ignora por completo la enorme complejidad que se esconde detrás de cada intercambio humano.

Una verdadera comunicación implica decodificar no solo palabras, sino también tonos de voz, gestos, posturas y un sinfín de señales no verbales.

Además, cada individuo interpreta el mensaje a través del filtro de sus propias experiencias, su estado de ánimo, sus prejuicios y su realidad particular.

Por lo tanto, el simple acto de transmitir un pensamiento es apenas la punta del iceberg.

La verdadera habilidad reside en navegar esta complejidad, en anticipar posibles interpretaciones y en trabajar activamente para asegurar que el significado que se construye en la mente del receptor sea lo más cercano posible al que se pretendía enviar.

El primer paso: Comunicación como un proceso complejo y no como algo innato

El mito de que la comunicación es una habilidad natural y universal es, quizás, el obstáculo más grande para mejorarla.

Para convertirnos en comunicadores verdaderamente efectivos, el primer paso e ineludible es abandonar esta idea.

Debemos reconocer y aceptar que la comunicación no es un don innato, sino una habilidad que, como cualquier otra, requiere estudio, conciencia y práctica deliberada.

Al entenderla como el proceso complejo que realmente es, dejamos de culpar al "receptor" por no entender.

En su lugar, empezamos a asumir la responsabilidad de nuestra propia claridad, empatía y capacidad de conexión, sentando así las bases para un desarrollo real y significativo de nuestras competencias comunicativas.

Resumen

Creemos erróneamente que sabemos comunicarnos porque lo hacemos a diario. Confundimos este hábito constante con una habilidad desarrollada, generando una falsa sensación de competencia que nos impide ver la verdadera complejidad del proceso comunicativo.

Nuestra formación desde la infancia se enfoca casi exclusivamente en la transmisión de ideas, enseñándonos a expresar lo que pensamos y sentimos. Este enfoque omite el componente más crucial: la conexión y la construcción de un entendimiento mutuo.

La comunicación efectiva es una disciplina muy compleja, no una capacidad innata. Para mejorarla, es ineludible abandonar esta idea y aceptar que requiere práctica deliberada, asumiendo la responsabilidad de nuestra propia claridad, empatía y conexión.


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