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Que hacemos los adultos para favorecer la aparición del acoso escolar

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Que hacemos los adultos para favorecer la aparición del acoso escolar


La Minimización y la Inacción

Una de las formas más potentes en que los adultos propician el acoso es a través de la minimización del conflicto.

Frases como "son cosas de niños", "siempre ha habido peleas", "ignóralo y se aburrirá" o "es que él es muy sensible" son un mensaje directo para la víctima y el agresor.

A la víctima le dice que su sufrimiento no es importante y que no encontrará ayuda en los adultos, fomentando que deje de comunicar el abuso.

Al agresor, le otorga impunidad; entiende que su comportamiento no tiene consecuencias y que el umbral de lo tolerable es muy alto.

Esta pasividad, a menudo llamada "ceguera institucional" en el ámbito escolar, se debe a veces a la falta de formación, al miedo a gestionar conflictos complejos o a la sobrecarga de trabajo.

Sin embargo, cuando un profesor ignora una exclusión en el patio o un padre desestima la angustia de su hijo, están validando indirectamente la ley del más fuerte.

Esta inacción es el permiso que el acosador necesita para que su conducta se consolide y escale.

El Fomento de la Competitividad sobre la Cooperación

Vivimos en una cultura que a menudo valora el éxito individual, la popularidad y el rendimiento por encima de la empatía y la bondad.

Los adultos contribuimos a esto cuando creamos entornos (familiares o escolares) hipercompetitivos.

Cuando elogiamos exclusivamente los resultados (la mejor nota, ser el capitán del equipo, tener más amigos) en lugar del esfuerzo o la integridad moral, enseñamos a los niños que el fin justifica los medios.

En este tipo de ambiente, los menores perciben a sus compañeros no como una red de apoyo, sino como rivales en una escalada social.

Un niño que es "diferente" o "menos capaz" es visto como un lastre o un objetivo fácil para reforzar la propia posición dominante.

Los adultos favorecemos el acoso cuando, por ejemplo, comparamos a nuestros hijos con otros ("mira qué bien lo hace tu primo"), o cuando como docentes, establecemos clasificaciones públicas que humillan a los que están más abajo.

Modelamos que el valor de una persona reside en su capacidad de "ganar", no en su capacidad de "cooperar".

El Modelado de Conductas Agresivas o Excluyentes

Los niños son espejos de las conductas adultas. Aprenden a resolver conflictos observando cómo los resolvemos nosotros.

Un adulto (padre o profesor) que gestiona su frustración con gritos, sarcasmo, castigos desproporcionados o autoritarismo está enseñando que la agresión es una herramienta válida de gestión.

Si un niño ve en casa que sus padres resuelven sus diferencias con violencia verbal o física, es altamente probable que replique ese patrón en la escuela. De igual manera, los adultos modelamos la exclusión.

Cuando hacemos comentarios despectivos sobre otras personas basándonos en su origen, estatus económico, aspecto físico o ideas (chismorreos, prejuicios), estamos enseñando a nuestros hijos a categorizar y devaluar a los demás.

El niño que escucha a sus padres criticar a otra familia por ser "rara" aprende que señalar y excluir al "diferente" es un comportamiento aceptable e incluso esperado dentro de su propio grupo social.

Resumen

Los adultos favorecemos el acoso al minimizar el sufrimiento de la víctima con frases como "son cosas de niños". Esta pasividad da impunidad al agresor y enseña a la víctima a no pedir ayuda

También contribuimos al crear entornos hipercompetitivos. Cuando valoramos el éxito y la popularidad por encima de la empatía, los niños aprenden a ver a sus compañeros como rivales y no como iguales

Finalmente, modelamos la agresión. Un adulto que grita, usa el sarcasmo o el prejuicio para resolver conflictos, está enseñando al niño que la intimidación y la exclusión son herramientas válidas


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